Si un presidente justifica el pago a zánganos políticos en una “nominilla” a cargo del Estado,   con el insólito argumento de que si no lo hace  pueden  tumbarlo del gobierno.

Si  un presidente  impone su reelección, manchando de ilegitimidad su nuevo mandato,  utilizando a su favor los recursos del Estado, comprando toda clase de tránsfuga con secretarías y subsecretarías y otros cargos en el Estado u ordenándole al  Ministerio Público desistir de la acusación contra reconocidos corruptos.

Si un presidente  acuerda  préstamos en el extranjero sin previa autorización del Congreso Nacional  y luego no puede explicar en que gastó los 130 millones de dólares recibidos en flagrante violación de la Constitución.

Si un presidente entiende la gobernabilidad como la subordinación del Congreso Nacional a la condición de sello gomígrafo de todo cuanto le someta el  Poder Ejecutivo, haciéndole renunciar en los hechos de las  facultades de control que le otorga la Constitución.

Si un presidente entiende que para la gobernabilidad la Suprema Corte de Justicia debe resignar sus facultades de control judicial sobre los actos del Poder Ejecutivo,  doblegándole en su independencia.

Si un presidente por dos ocasiones y de forma sucesiva no acierta en la elección de los jueces de la Cámara de Cuentas.

Si un presidente no destituye al  Procurador General de la República quien no actuó con la diligencia necesaria ante las graves denuncias que le hiciera un Senador de la República sobre las actividades del narcotráfico en su provincia de Peravia,  y en el mismo caso, tampoco cancela al  Jefe de la Marina de Guerra  luego de que la institución que dirige evidenciara estar carcomida por el narcotráfico.

Si un presidente aprueba leyes para la adquisición de bienes y servicios por el Estado, o de función pública, o de acceso a la información,  entre muchas otras, y luego él mismo las viola o permite que sus funcionarios las desconozcan sin que pase nada.  

Si un presidente se sume en la rutina de gobernar día a día y carece de la visión para involucrarnos en la construcción de un proyecto de sociedad soberana, justa, democrática y que garantice el bienestar colectivo.

Si un Presidente llega al extremo de que nadie cree en su palabra pues nunca cumple los contenidos de sus discursos, y se ha hecho un experto ganando tiempo nombrando dilatadas comisiones que nunca  concluyen nada.   

Si un presidente utiliza la facultad de indultar para saldar compromisos de la pasada campaña  electoral, favoreciendo a  personas condenadas por graves actos de corrupción y de estafa,  y lo que es peor, luego carece del carácter necesario para asumir la responsabilidad de su decisión.

Si  un presidente no puede controlar que muchos de sus funcionarios se enriquezcan asignándose sueldos de lujo o haciendo negocios con los recursos y las prerrogativas del Estado o traficando con  influencias.

Si un presidente a pesar de comprometerse no puede impulsar la austeridad y el ahorro  y continúa creciendo el dispendio de los recursos del patrimonio público.

Si un presidente hace todas estas cosas,  no es ocioso pensar que ha perdido condiciones para  gobernar  y constituye un verdadero peligro para la institucionalidad democrática y no es el llamado para guiar a la nación por  un rumbo nuevo.

Si un presidente, como es el caso del Dr. Fernández,  se encuentra en estas condiciones lo ideal es que con toda humildad rectifique y se reencuentre con las aspiraciones de su pueblo y gobierne bien.

Pero si  un presidente, aún queriendo,  los compromisos contraídos le impiden cambiar y gobernar bien, uno se pregunta, y esto es una simple  pregunta  ¿No debería contemplar su retiro a tiempo del  poder antes de que el pedido de que renuncie se convierta en un reclamo de toda la nación?